Un Diario del trekking al Campo Base del Everest

January 18, 2024 badri

Diario del trekking al Campo Base del Everest

30 de noviembre de 2023 – 11 de diciembre de 2023

30 de noviembre de 2023
Ya estoy en Lukla, solukhumbu, Nepal, un pueblo situado a 2.800 metros de altitud, punto de partida de la incursión al Parque Natural de Sagarmatha, en la cordillera del Himalaya. No me da miedo volar, pero confieso que llegar hasta aquí en avioneta ha sido una experiencia nueva. Impresiona mucho ver, en el lateral del avión, la cordillera nevada con unos picos que se muestran majestuosos. Y cuando te acercas a Lukla, aún impresiona más confirmar que el aparato circula entre montañas a muy poca altura respecto al territorio que sobrevolamos. Para llegar al pequeño aeropuerto de Lukla tienes que entrar por un desfiladero, como si la avioneta tuviera la maniobrabilidad de un helicóptero. La pista de aterrizaje ̶ ahora la tengo justo delante desde la cafetería donde tomo un milk masala tea ̶ no mide más de 300 metros de longitud, si es que los tiene. Para aterrizar, las avionetas deben encarar la pista justo después de dibujar una curva que les permite abandonar el desfiladero. ¡Toda una peripecia!
Nada más llegar a Lukla me ha llamado Badri, guía de la expedición y amigo personal que me acoge en su casa, en Katmandú. Esta mañana me ha pasado el móvil de un guía de Lukla amigo suyo. Se llama Amar. Hemos quedado que Amar me recibiría en el aeropuerto y me acompañaría a una cafetería para esperar a Badri y al resto de compañeros que forman el grupo de nuestro trekking. No he dicho que Badri y el grupo de expedicionarios que comanda llegarán con otra avioneta que ha salido o tiene que salir de Katmandú un poco más tarde que la mía. Por la razón que sea no hemos podido ir todos en el mismo vuelo. Yo había comprado mi billete por mi cuenta hace ya casi dos meses. De hecho, en mi avioneta íbamos solo tres pasajeros: una chica gala, un muchacho francés ̶ un poco trotamundos, por lo que me ha explicado él mismo ̶ y yo. El resto de asientos de la avioneta estaban ocupados por paquetes, por mercancías. Ambos compañeros de viaje eran muy afables. Hemos compartido la pequeña aventura de volar hasta Lukla. El chico francés, de unos treinta y cinco años de edad, es de Carcasona; o de Tolosa; son las dos ciudades vecinas que me ha dado de referencia; sus padres viven en Carcasona, eso sí; parece que él no tiene una residencia fija, ahora mismo. Ha vivido en Chile y también una temporada en Barcelona, además de en otros lugares por todo el mundo. El chico se ha quedado sorprendido de que me dirigiera a él en francés. Le ha hecho gracia, claro. La lengua de relación predominante entre los visitantes es el inglés, no hace falta decirlo. La chica gala y el francés viajan cada uno por su cuenta, es decir, solos, por separado. El joven, además, no tiene decidida todavía una ruta clara por el itinerario que, entre otros destinos, lleva al Campo Base del Everest. ¡Un aventurero con todas las letras!
Acaba de aterrizar una avioneta. Tal vez sea la que lleva a Badri y compañía.
En el aeropuerto de Katmandú me han pesado la mochila. Pesa 10 kilos y 300 gramos. Está muy bien, pensaba que pesaría más. Ahora le tendré que añadir el medio kilo del saco de dormir, el agua que llenará la botella para excursiones, que ahora está vacía, y mi cuaderno-diario. En el aeropuerto de Katmandú, el saco de dormir y el diario no los he facturado con la mochila, por si acaso. Llevaba el saco colgando fuera de la mochila y me daba miedo que se perdiera. Todo ello calculo que serán un par de kilos más. Creo que el peso total es bastante adecuado.
Cuando he llamado a Amar al llegar, ya me ha parecido por teléfono que no dominaba mucho el inglés. Le decía cosas muy fáciles y cortas y me daba la sensación de que no me entendía. “What’s the best place to meet you?”. He retrocedido hacia el aeropuerto después de haberme alejado unos doscientos metros por una especie de paseo que lo circunvala y que te lleva hacia el pueblo. Finalmente nos hemos encontrado en el aeropuerto frente a la puerta de salidas. Amar es un sherpa muy amable, tostado de piel, con unos dientes muy pronunciados, muy delgado y un poco cargado de espaldas. Ciertamente, no entiende ni habla mucho el inglés. Pero se ha mostrado muy acogedor y, a la vez, bastante tímido, también. Me ha acompañado a una cafetería que tiene una fachada con ventanas justo delante del final de la pista de aterrizaje del miniaeropuerto. Un buen lugar para grabar una avioneta cuando está aterrizando o quiere despegar. Le he pedido al Amar “do you want anything to eat?” y me ha contestado “yes, okey”; me parece que siempre contesta a todo “yes, okey”. No me ha entendido. Su inglés es bastante más rudimentario que el mío. De hecho, creo que sólo sabe cuatro palabras, en inglés. Hablando los dos de esta guisa me ha dicho “yes, okey” cuando le he pedido si él vivía en Lukla. Supongo que esta respuesta es cierta, porque él no ha viajado con la avioneta hasta Lukla.
Bien, seguiré esperando a Badri aquí en la cafetería. Me imagino que no tienen WIFI; ahora se lo pediré. Pues, mira, lo tienen, aunque veo que las fotos que quiero enviar no circulan muy bien.
Acaban de llegar Badri y el resto de compañeros. Yo he salido de Katmandú a las 7:15 de la mañana aproximadamente, unos tres cuartos de hora más tarde de la hora inicialmente prevista. Ellos deben haber salido una hora más tarde que yo, más o menos. Han venido en helicóptero, no en avioneta. Un helicóptero para ellos solos, es decir, el piloto y cinco personas más. Interesante, ¿no?
Me he encontrado con los cuatro compañeros de expedición, además de Badri, en la que podríamos decir que es la calle Mayor de Lukla, una artería comercial que atraviesa el pueblo de punta a punta. En las tiendas de la calle puedes encontrar de todo.
Los compañeros del trekking parecen muy agradables; hay uno que se le ve más callado y ausente. Dos son hermanos, chico y chica, y son catalanes, de Valls. El chico, que se llama Marc, parece muy jovial. Otro chico es de Granada, y el más reservado, de Madrid. El chico de Granada se llama Javier, tiene 45 años y es muy educado y conversador. Badri nos ha pedido los pasaportes para “registrarnos” en una oficinita gubernamental que hay a la salida de Lukla. Hemos ido prestos a por la labor y una vez agrupados y hecho el trámite del registro hemos iniciado el camino de forma inmediata. Los hermanos de Valls van calzados con zapatillas y cada uno lleva solamente un palo de caminar. El resto de caminantes calzamos botas y llevamos cada uno dos palos, excepto Badri, que sólo lleva uno, también. Badri y yo vamos cargados con las respectivas mochilas. Cada uno de los otros cuatro llevan sólo una mochila pequeña con agua y alguna prenda por si a medio camino cogen frío. Sus mochilas grandes las transportan embaladas dos sherpas porteadores; uno de estos sherpas es Amar. El otro sherpa es también un chico muy joven; diría que ninguno de los dos ha cumplido los veinticinco años.
Hacia la una del mediodía hemos llegado al primer albergue de descanso en nuestro itinerario. Se llama Snowland, y el pueblo donde se ubica, Phakding. Es coquetón, el albergue, sobre todo el comedor, con las paredes forradas de madera. Tenemos una habitación con lavabo para cada uno; los hermanos de Valls comparten una entre ellos. El ala del edificio donde están nuestras habitaciones es toda de madera, pero de paredes muy delgadas. Espero que por la noche no tengamos frío.
Hoy hemos caminado ocho kilómetros por un recorrido con muchas ondulaciones, porque el sendero no para de subir y bajar. Figura que ha sido un día muy suave. Y sí, hay que decir que ha sido suave. El trayecto no se me ha hecho muy largo. De hecho, Phakding está a una altitud doscientos metros inferior a la de Lukla (o sea, a 2.600 metros). Mañana tendremos un día más duro. Mañana llegaremos a los 3.500 metros de altitud. ¡No está mal! Confío en que iremos a paso tranquilo. Badri dice que pararemos a comer a mitad de camino. Y pasado mañana será el primer día de aclimatación.
El trayecto de hoy estaba muy concurrido. Hemos encontrado muchos grupos de excursionistas, pero sobre todo había muchos sherpas que trabajan de porteadores, también muchas recuas de yacs ̶ de hecho los animales estos que hemos visto hasta ahora son híbridos, hijos de vaca y yac, dice Badri ̶ y filas de burros y mulas, a las órdenes de arrieros. Es absolutamente impresionante el peso que llegan a cargar los sherpas porteadores. Mañana trataré de sacarles fotos. Sufren y hacen sufrir. Caminan poco a poco y se les ve con caras de fatiga. ¡Qué oficio, Dios mío! Los compañeros de expedición tienen porteadores; Amar, el chico que me ha esperado en el aeropuerto, es uno de ellos. Amar no es guía, es porteador. Ahora entiendo que no hable inglés. Ellos, “nuestros porteadores”, caminan por su cuenta, no necesariamente con nosotros. La cuestión es que lleguen cada día al lugar de destino antes que nosotros o, cuando menos, no más tarde que nuestro grupo.
Hoy quiero dormir muchas horas, que mañana es un día que promete. A las siete de la mañana hemos quedado en el comedor para desayunar. Y a las 8 h salimos. Espero encontrarme con mucha energía para ir tirando a mi ritmo y cargar la mochila sin muchos apuros.

1 de diciembre de 2023
Estamos en Namche, el segundo pueblo de la ruta hacia el Campo Base, a 3.500 metros de altitud. O sea que hoy hemos subido 900 metros; de desnivel positivo acumulado hemos hecho más, porque durante el primer tramo del trayecto, antes de comer, hemos transitado por muchas subidas y bajadas. Después le pediré a Javier ̶ el chico de Granada ̶ , que tiene una aplicación que contabiliza los desniveles de la ruta por donde pasamos, a ver si tiene registrado el desnivel acumulado de hoy.
Namche está enclavado entre montañas nevadas impresionantes. En la parte de atrás del pueblo está Kongde. Al otro lado, frente al hotel en que nos hospedamos, Thamserku. Ambas pasan de los 6.000 metros. Da gusto contemplarlas. Viéndolas te sientes pequeño como una hormiga.
Hemos parado a comer alrededor de las 12 h. en el restaurante que Badri tenía previsto. Hasta este punto, el camino estaba lleno de tiendecitas, restaurantes y albergues-hotelitos (lodges). Los lodges son muy bonitos y combinan acertadamente, en mi opinión, con el paisaje espectacular de las montañas que encajonan el trayecto. A partir del restaurante donde hemos almorzado dejan de haber tiendas y restaurantes con tanta frecuencia y empieza el tramo que, prácticamente, es todo subida. Según han dicho, en el restaurante donde hemos comido estábamos a 2.793 metros de altitud, o sea que hasta los 3.500 metros de Namche nos quedaban 700 más de subida que había que resolver con la barriga llena. ¡Vaya tela! Empezar a caminar habiendo comido no es que sea lo más recomendable, pero había que llegar a Namche antes de que se hiciera de noche. Confieso que me daba mucho respeto el recorrido de hoy con esos 900 metros de subida. Y con una mochila de 12 kilos encima. Sé que para los excursionistas más experimentados eso no es nada, pero a mí me resultaba inevitable pensar que yo era el de más edad de la cuadrilla y no quería pasar la vergüenza de mostrar síntomas de flaqueza más allá de lo que fuera “razonable”. Que no quería fastidiar al grupo, vaya. Suerte que el JP, el chico de Madrid, el reservado, camina muy lentamente. Él es el último de la fila; lo fue ayer y lo ha vuelto a ser hoy a bastante distancia. Se ve que se detiene muy a menudo a sacar fotos y a coger aire.
Esta mañana, antes de salir del hotel, me he echado “réflex” en las rodillas y en las corvas ̶ parte posterior de las rodillas ̶ . Ayer me noté mucho los tendones de la rodilla izquierda. No tengo nada de averiado, en esta rodilla ̶ me dijo el traumatólogo ̶ , pero siento que a veces la noto, que flojea. Hoy me había propuesto mantener un ritmo aeróbico y no forzar la máquina. Y me parece que lo he conseguido, porque la subida ha sido dura. Acelerar tu ritmo natural produce más cansancio y molestias musculares. El corazón y los pulmones mandan. Despacito y buena letra. Ir poquito a poco es lo que hacen los sherpas porteadores. Claro que con el peso y, a veces, el volumen de carga que llevan no pueden caminar muy deprisa. Y todo cuesta arriba. Es bestial el peso que pueden llegar a llevar esta gente. O sea que los porteadores caminan lentamente, pero van subiendo; supongo que se trata de esto, de mantener un ritmo constante que permita una buena circulación de la sangre en las piernas y en el resto de músculos del cuerpo. Ahora mismo me resiento un poquitín de la mochila en los hombros. Los 12 kilos deben notarse, claro.
Nuestro hotelito en Namche es bastante acogedor, principalmente en la planta baja, donde está el comedor y desde donde ahora escribo estas líneas. La habitación es austera. Además, hoy la tengo que compartir con Javier. La tengo que compartir hoy y mañana, de hecho, que mañana es día de aclimatación y nos quedaremos aquí. Por supuesto que es mejor tener una habitación individual, pero no había más. ¡Qué le vamos a hacer! Javier es muy educado, muy amable. JP, el compañero de Madrid, nos ha prevenido que ronca bastante y que posiblemente molestaría a la otra persona con quien compartiera habitación; o sea que es mejor que él se quede una habitación para él solo. Los hermanos de Valls, Marc y Alicia, comparten otra estancia. El Marc es muy simpático, muy transparente, muy chistoso. Me ha hecho reír mucho mientras cenábamos. Ha explicado algunos chistes. Me acuerdo de uno que quizá suene a infantil o inocente, pero que me ha hecho mucha gracia. Lo ha explicado en castellano ̶ y además, en este caso se debe explicar necesariamente en castellano por el juego de palabras que contiene ̶ . Decía así: hablan dos y uno le dice al otro: ¿Tú de qué trabajas? Y el otro contesta: soy topógrafo. Y el primero que dice: ¿Y no fotografías otros animales? ¡Qué risa, Dios mío! Es de esas risas que cuando estás en grupo se contagia fácilmente.
Me parece que hoy me tomaré otro paracetamol para evitar los dolores musculares y dormir más plácidamente.
Esta mañana, cuando ya habíamos salido del hotel de Phakding y estábamos en plena ruta, he visto que E.F. me había enviado un mensaje diciéndome que le llame cuando pueda. Le he contestado, pero evidentemente si no hay cobertura no puede circular el mensaje de whatsapp. Ahora averiguaré si desde aquí el hotel de Namche hay conexión WIFI.
Me parece que esta noche voy a dormir planchado. Espero no roncar y no molestar a Javier. Ya le diré que si ronco, que me despierte y me dé un toque de atención. Ojalá no le haga falta hacerlo.

2 de diciembre de 2023
Día de descanso en Namche. De descanso, relativamente. Esta mañana hemos desayunado a las 7 h y a las 8 h hemos salido hacia el hotel Everest View, que se encuentra situado a casi 400 metros más de altitud que Namche. Para salir del pueblo hemos tenido que salvar una subidita que se las trae. Ha sido el aperitivo del camino posterior hasta llegar al hotel Everest View, desde donde hay una vista magnífica del Everest. Menos mal que hoy, jornada de aclimatación, iba sin mochila, porque teníamos que volver a comer, cenar y dormir en el mismo hotel de Namche.
Desde una terraza muy generosa del hotel Everest View se admira el Everest al fondo, justo enfrente. A su lado está el Lhotse (8.516 m). Desde nuestra posición privilegiada parecía más alto el Lhotse que el Everest (8.848 m).
Llegando al hotel Everest View había un altiplano donde reposaban tranquilamente unos cuantos yacs. Estos sí que eran yacs de verdad, no híbridos. Los yacs son bóvidos con unos cuernos largos y derechos, muy bonitos, muy peludos y aparentemente pacíficos. Nos hemos acercado un poco a uno de estos yacs para sacarnos una foto, aunque un guía que pasaba por allí nos ha advertido que mejor que no nos fiáramos demasiado.
El Everest es el Everest, el pico más alto, el más famoso, pero a su alrededor está lleno de picos espectaculares, monumentales. Hay uno que no llega por poco a los 7.000 metros, que es una maravilla. Es el Ama Dablam, con una forma muy puntiaguda en la parte más alta, como la punta de un lápiz mal afilado. El Ama Dablam estaba cubierto de nieve, y en cambio el Everest, no; desde aquí sólo se ven unos hilillos blancos, en el Everest. Se ve que buena parte de la nieve del Everest se la ha llevado el viento que sopla; hasta que no nieve más, en pleno invierno, no quedará del todo blanco, nos han dicho.
Mañana tendremos como destino Tengboche, un pueblo que nos acercará un poco más al Campo Base y que queda a una altitud aproximada de unos 3.800 metros, más o menos como el Hotel Everest View que hemos visitado hoy. Pasado mañana seguiremos la ruta hacia el Campo Base y al día siguiente volveremos a tener una jornada de aclimatación y descanso.
Hoy, habiendo almorzado, me he echado una siesta. Unos tres cuartos de hora. Y después me he duchado; no lo había hecho desde que salí de Katmandú. El agua era caliente; si no, sería una temeridad ducharse, por estos contornos, porque el agua fría es fría como el hielo.
Javier es un buen compañero de habitación. Es ordenado y muy cuidadoso. Compartir habitación no es nunca tan confortable como disfrutar de una habitación para ti solo, pero la verdad es que la convivencia con Javier en la misma habitación está resultando muy fácil. Después de la ducha de hoy he ido a dar una vuelta por Namche. Es un pueblo pequeño lleno de tiendas, hotelitos, cafeterías y restaurantes. Es muy pintoresco. Seguramente el pueblo ya existía desde tiempos muy antiguos, pero está claro que ahora es un pueblo que ha crecido por el turismo de montaña. En las tiendas puedes encontrar de todo; todo tipo de ropa de trekking, equipamientos para excursionistas, tiendas de souvenirs, barberías, salas de masaje, pubs… y cajeros automáticos, incluso. Hay de todo. Tiene gracia, el pueblo. Es bonito, acogedor. Y está muy limpio. Badri dice que los nepaleses que viven aquí se ganan muy bien la vida gracias al turismo. No ocurre lo mismo en otras zonas de Nepal.
Por la noche, para cenar, había pedido un plato de noodles ̶ fideos ̶ , pero se ve que se habían acabado y, a sugerencia de Badri, me han servido un dalbhat . Uno de los vegetales que formaban parte del plato era acelgas. Seguro que estas acelgas deben haber sido cultivadas en los huertos que hemos visto por las inmediaciones cuando hacíamos el camino a Namche. Eran buenísimas.
Curiosidad: bajando de la excursión de esta mañana al hotel Everest View, hemos visto a un porteador que trajinaba una carga muy voluminosa y claramente muy pesada. Badri le ha pedido cuánto peso llevaba y ha dicho que 90 kilos. Parece imposible, pero es cierto. Los porteadores cobran por peso de la carga y distancia a realizar. Aparte de los porteadores de los equipajes de los excursionistas, como nuestros Amar y compañero, los porteadores de material para los pueblos y albergues de montaña suelen cargar más de 70 u 80 kilos cada uno. La mayor parte de estos hombres no deben pesar más de 60 kilos, pequeños y delgados como son. O sea que cargan más peso de lo que ellos pesan. ¡Impresionante!

3 de diciembre de 2023
San Javier! Día de mi santo y también del de Javier, claro. Gina, mi sobrina-nieta, hoy cumple seis años.
Ahora me he podido conectar y tenía una cascada de felicitaciones. He ido respondiendo y enviando fotos a todo el mundo.
Hoy estamos a 3.850 metros. La subida ha sido bastante exigente, entre otras cosas porque primero hemos tenido que hacer una bajada muy pronunciada y sabíamos que todo lo que bajábamos, después lo teníamos que subir. Javier, según me ha explicado él mismo , hoy ha sido el campeón. Ha sido el primero en llegar. Dice que se ha encontrado en perfecta forma y que se ha querido poner a prueba. Ya se le ve que está en plenas facultades, a pesar de haberse operado de una rodilla años atrás y decir que no ha quedado tan bien como fuera de desear.
El pueblo donde estamos se llama Tengboche. Parece que la terminación “boche” significa pueblo o aldea. Hay más pueblos que tienen esta terminación. En Tengboche hay un monasterio budista de 350 años. En un patio que forma parte de las instalaciones del monasterio, hemos visto un grupito de niños monjes jugando a pelota con un par de monjes adultos. Jugaban a pasarse el balón como se hace en el voleibol. Hemos visitado el monasterio acompañados de Badri. En la entrada, un monje, situado en una garita, nos ha cobrado la entrada. Han sido 300 rupias por persona ̶ unos dos euros ̶ . Badri nos ha explicado algunos de los elementos que configuran este edificio. Para entrar en el templo nos hemos tenido que descalzar, como es prescriptivo. En el espacio interior donde está la puerta de entrada al templo, en una especie de pequeña antesala hay varias pinturas en las paredes con motivos religiosos. Entre ellas, está la famosa rueda de la vida. Badri nos ha explicado algunos de los elementos más relevantes de esta imagen que suelen tener todos los templos budistas. En el centro de la rueda de la vida hay representados tres animales: la serpiente, el cerdo y el gallo. Representan tres grandes defectos que hay que combatir y evitar: el odio, la ignorancia y la lujuria. Según el pensamiento budista se trata de tres venenos mentales que son causa del sufrimiento humano.
Hemos entrado en el templo y, en un lado, había un monje sentado sobre unos cojines, con las piernas cruzadas, recitando oraciones en voz alta. No se ha inmutado con nuestra presencia silenciosa. Al fondo, en la parte frontal del templo, estaba la imagen de Buda y multitud de elementos decorativos de colores muy llamativos, muy chillones. Las paredes laterales del templo tenían también muchas pinturas de colores alegres con motivos budistas.
Cuando hemos salido del templo nos hemos sacado una foto en las escaleras que dan acceso al templo y que están situadas en un patio cerrado por cuatro paredes, que forma parte del recinto religioso. Desde las escaleras se veían unas montañas nevadas al fondo, con una blancura y una majestuosidad que transmitían sensación de paz y bienestar interior, a pesar del cansancio físico.
Por la noche, a la hora de cenar, nos hemos calentado con garlic soup ̶ sopa de ajos ̶ como primer plato, que es una comida nocturna a la que hemos ido aficionándonos estos días. De segundo plato suelen tener bastante éxito los noodles, el arroz frito acompañado de vegetales ̶ que recuerda el arroz típico de los restaurantes chinos que tenemos en Europa ̶ y los momos . Para celebrar nuestro santo, Javier y yo hemos invitado a los compañeros a los postres, unas raciones de apple pie ̶ pastel de manzana ̶, un pastel que, tal y como aquí se prepara, Marc descubrió en el hotel de Namche y ahora a menudo forma parte de su menú diario nocturno.

4 de diciembre de 2023
Ya estamos en Dingboche, un pueblo situado a 4.410 metros de altitud. Se puede decir que prácticamente todo el pueblo son albergues y restaurantes. Hay también muchos campos cerrados con márgenes de piedra y yacs que pastan o están ahí recluidos. No creo que todos los yacs que se ven se dediquen al transporte; no estoy seguro de ello, claro. Estos son yacs de verdad, no animales cruzados de vaca y yac como tantos otros que, por los caminos y senderos, hemos visto estos días cargando de todo.
Badri me dice que eso de que se vean muchos yacs cargando bombonas de gas arriba y abajo es porque ahora casi todas las familias que viven en estos pueblos del Himalaya cocinan con gas y no con leña, como habían hecho toda la vida. Aparte de la gente que se dedica al turismo, también debe haber gente que cuida los rebaños de yacs y que trabaja la tierra. Hemos visto en el pueblo algún pequeño invernadero. El invierno aquí debe ser muy duro. Ahora, que son las 6:30 de la tarde, afuera estamos a -3° . Además, aquí la electricidad es de placas solares y con instalaciones aparentemente muy rudimentarias. Como la mayor parte de los mismos albergues u hotelitos, que son construcciones hechas con materiales como chapa y tejados a base de paneles de superficie ondulada.
En el albergue donde estamos, Stupa Inn, hay tres tipos de instalaciones. La más antigua es donde nos hemos situado nosotros; la disposición recuerda la de los moteles de Norteamérica, en el sentido de que se trata de una construcción alargada, fragmentada en habitaciones, cada una de las cuales da a la calle. Son habitaciones construidas de chapa metálica con dos camas y con un inodoro-comuna o inodoro francés, sin lavabo. Para lavarnos la cara tenemos que ir fuera a un fregadero que hay junto al comedor. Mañana nos darán agua caliente con una jarra para poder resolver la higiene personal básica más confortablemente. En el albergue donde estamos hay otra nave en la que las habitaciones son más nuevas, pero no tienen ni lavabo ni inodoro. En esta nave el WC es comunitario y está situado en el fondo de un pasillo con habitaciones a ambos lados. Por eso hemos preferido optar por las habitaciones antiguas, que al menos tienen comuna. Afuera del hotelito hay plantadas unas quince tiendas de campaña de tamaño bastante grande; se puede acceder a su interior sin tener que acacharse. Se ve que en temporada alta, en estas tiendas también se alojan excursionistas. Cerca de las tiendas hay un pequeño barracón de chapa que es el WC de esta especie de campamento. Afuera del barracón, pegado a la pared, hay un fregadero que debe ser para lavarse cara y dientes, me imagino. Realmente, esto quiere decir que los meses de mayor afluencia de turistas, todo este pueblo debe estar a reventar. Cuando Dingboche está lleno de visitantes, que son gente de paso, tiene que ofrecer una estampa muy particular, porque las instalaciones de aquí son mucho más austeras que las de Namche. Y más sencillas también que las de Tengboche. Cuanto más arriba vamos, más sencillez en la hostelería. Es natural.
Aquí, en el albergue, para tener conexión a internet hay que comprar una tarjeta de 24 o 48 horas. No hay cobertura telefónica y para cargar el móvil se deben pagar 300 rupias por hora.
Javier y yo nos hemos hecho lavar la ropa. Por cada pieza te cobran también 300 rupias, da igual que se trate de unos calcetines como de una camiseta o unos calzoncillos. Yo he elegido seis prendas de las que ahora mismo tengo sucias, porque yendo con la mochila sudo mucho y las camisetas térmicas y las normales quedan bien empapadas de sudor en la espalda. Y he añadido unos calzoncillos, aunque todavía tengo cinco más de limpios. Pienso que, con lo que caminamos cada día, prefiero llevar siempre los calzoncillos limpios.
Hemos dado a lavar la ropa esta tarde y yo había entendido que hasta mañana no la lavarían. Pero no. Un chico que estaba haciendo la colada al aire libre con una palangana y agua fría, justo delante de nuestra habitación, nos ha lavado también nuestra ropa.
Con Javier hemos ido a pasear por el pueblo para ocupar el tiempo antes de que se ponga el sol. Quizás hemos estado una hora, aproximadamente. Cuando hemos vuelto del paseo, nuestra ropa estaba tendida allí mismo, frente a nuestra habitación. Hemos visto que de la ropa colgaban hilillos de hielo. Es decir, que el agua que goteaba de la ropa se congelaba y formaba una especie de estalactitas. Hemos tocado las camisetas y parecían de cartón; también habían quedado congeladas, claro. He pedido a quien las ha lavado si no iba a ser un problema que la ropa quedara tendida toda la noche y me ha dicho que no, que no había problema. ¡No problem! Debe saber de qué habla, porque debe tener bastante experiencia en estos aferes. Espero que mañana, si hace sol, la ropa vuelva a tener la textura que le es propia y no la de una pieza de cartón.
De todos los que formamos parte del grupo de Badri, JP es el más callado. A la hora de comer y a la hora de cenar se pide siempre un Sprite. O dos. Prácticamente no habla y cuando comemos todos juntos se sitúa en una punta de la mesa o incluso en la mesa de al lado. Con la confianza que hemos ido cogiéndonos estos días, le comentaba a Javier que quizá JP es una de esas personas que tiene realmente muchas dificultades para relacionarse abiertamente con el resto. Cada uno somos como somos; nada que objetar. Ya he dicho antes que este hombre camina muy poco a poco. Normalmente siempre llega el último a los lugares y mucho más tarde que los demás. Javier es un máquina, y Marc, también. Y Alicia, que es muy delgadita y que por lo que me ha explicado estos días es muy montañera, es también muy ágil. Detrás suyo, habitualmente voy yo, a mi paso. ¡Soy el viejito de la cuadrilla!
Esta tarde ha habido un principio de queja respecto a la organización de este trekking. Alicia piensa que dedicamos demasiados días y horas a la aclimatación. Mañana, por ejemplo, vamos a estar todo el día en Dingboche, sin cobertura telefónica ni ducha, y en unas habitaciones muy sencillas. Incluso le ha pedido a Badri si no podríamos encontrar un alojamiento mejor. La reserva para comer y dormir, sin embargo, ya está hecha. Yo pienso que las condiciones deben ser bastante más adversas así que nos vamos acercando al Campo Base del Everest. Por mi parte, lo veo todo muy razonable. Los organizadores del trekking tienen mucha experiencia en estos asuntos y saben que es importante planificar bien la aclimatación, aunque a alguien le pueda parecer que es excesiva. Estamos ya a más de 4.000 metros de altura y no podemos pensar que nuestro cuerpo puede ir ganando altitud sin resentirse de ello. O sea que mañana toca aclimatación, y hay que tener claro que en el próximo pueblo donde nos alojaremos tampoco nos podremos duchar ni tendremos cobertura telefónica, ni quizá posibilidad de conectarnos a internet vía WIFI. Eso me lleva a pensar que los que venimos del “mundo rico” somos unos tiquismiquis; no queremos renunciar nunca a las comodidades a las que nos hemos acostumbrado, ni siquiera cuando cambiamos radicalmente de escenario y tenemos el privilegio de movernos por unos paisajes tan cautivadores como el de las montañas que nos rodean estos días. Aquí no podemos tener hoteles de cinco estrellas, pero el cielo estrellado sobre las cumbres cubiertas de nieve es magnífico. Y no todos los que van a hoteles caros pueden disfrutar del espectáculo natural que a diario ahora nos acompaña. ¡Qué bien que estemos aquí!
Cuando llegamos a los albergues para pernoctar, hay que contar con que normalmente disponemos de muchas horas muertas. Son horas de descanso, de recomposición muscular, antes de irse a la cama. Yo aprovecho para escribir este diario o para leer un poco tomando un té. Javier dice que cuando hace salidas como esta siempre se lleva una baraja de cartas y un miniparchís. Esta vez, sin embargo, no lo ha traído.
Aquí, en Dingboche, hace un frío que pela. Me he puesto el pijama debajo de la otra ropa; bien, de hecho, más que un pijama son dos prendas térmicas que me compré en Katmandú. Ha sido una buena idea de Javier. Si nos ponemos el pijama ̶ o lo que usamos como pijama ̶ bajo la otra ropa, cuando es hora de irse a dormir no hay que desnudarse y pasar frío; te quitas la ropa “exterior” y directo hacia la cama con el pijama calentito por la temperatura del propio cuerpo. De esta manera, la entrada al saco de dormir es reconfortante.
El tramo de caminata de hoy ha sido más suave que el de ayer. Hemos pasado de los 3.850 metros de altitud a los 4.440 metros, más o menos, con alguna bajada durante el recorrido que ha hecho que el desnivel positivo acumulado sea superior a los 600 metros. Pero el trazado del camino ha sido mucho más ligero. Sin embargo, he sudado de lo lindo en alguna de las subidas. Hemos comido en un pueblo a mitad del camino donde se ve que dormiremos cuando volvamos del Campo Base. Ahora llevamos cinco días de trekking y tengo que decir que, aunque eso lo hace bastante gente, se trata de una actividad que exige unas buenas condiciones físicas. Después de JP, yo soy el que va más lento. En los terrenos llanos o en las bajadas aguanto el ritmo de los demás, pero en las subidas voy bastante más lento. Ellos son más jóvenes que yo y, además, llevan una mochila pequeña, porque han contratado los servicios de unos porteadores, unos sherpas. Yo me he propuesto caminar a un ritmo aeróbico; no quiero que me ardan internamente las piernas por el esfuerzo. Cada día me pongo “réflex” en las rodillas, en las corvas, y también en los muslos y en las caderas. Creo que me va bien para calentar la musculatura y los tendones… No sé si me afecta la altura en cuanto a capacidad respiratoria, pero yo subo muy poco a poco, como he visto que hace mucha otra gente, por otro lado. Javier, Marc y Alicia llevan un ritmo muy bueno. Badri tiene que ir esperando JP. Hoy, en el pueblo donde hemos parado a comer, Badri ha propuesto al JP alquilar un caballo. Normalmente, en todos los pueblos hay carteles donde se ofrece el alquiler de caballos. Pero en seguida ha dicho que no, el hombre. O sea que ha seguido la excursión a pie y a un ritmo muy muy lento. Para mí, si me paro a pensar, suerte que hay este compañero, porque él hace que yo no sea el último de nuestra comitiva. No sé si hacer este comentario suena a demasiado competitivo. No lo pretendo. Pero ya está dicho. Es más bien la idea de que no me gustaría fastidiar al resto del grupo.
Esta noche, Badri ha vuelto a medirnos el nivel de oxígeno en la sangre y las pulsaciones. Yo tenía entre 84 y 85 mm Hg, que es una cantidad que entra dentro de los parámetros de normalidad. Por whatsapp, Mireia, una sobrina, me ha explicado muy didácticamente qué significa esto de mm Hg. En el momento de tomar estos registros mi corazón estaba a 105 pulsaciones por minuto. Me da un poco de rabia tener tantas. A lo largo del día, sin embargo, hay momentos de reposo en los que tengo 80 y pico. Mi smart watch me indica fácilmente las pulsaciones, entre otras cosas.
Mañana tenemos jornada de aclimatación. Subiremos a un pico cercano a Dingboche. Supongo que, después del almuerzo, tendremos muchas horas para leer, escribir, pasear o charlar con los compañeros. Realmente, por más que en Cataluña he practicado habitualmente el montañismo, nunca había hecho un trekking como este. Para mí está resultando ser toda una experiencia nueva. ¡Claramente!

5 de diciembre de 2023
Día de aclimatación. Hemos desayunado a las 8 h en lugar de las 7 h. Y luego hemos emprendido la subida a un pico de los que rodean el pueblo y que tiene el camino de ascensión marcado con ocho banderas budistas, situadas cada una respecto a la siguiente a unos cuantos centenares de metros de distancia. Es de esos caminos que engañan; piensas que ya estás casi arriba y vas descubriendo una y otra vez que todavía te falta un buen tramo. Todo parece estar muy cerca y así que vas caminando y subiendo te das cuenta de que nada está tan cerca como parece.
Hoy he sufrido bastante; me faltaba aire, tenía que parar a menudo y caminar muy poco a poco. La subida era dura. El pico se llama algo así como Nangkartshang, según nos ha dicho un francés que hemos encontrado cuando nosotros ya estábamos de vuelta. El pico mide 5.080 metros. Al llegar al albergue he mirado el mapa del Parque Natural del Sagarmatha y me parece que el Nangkartshang queda un poco más lejos del pico que hemos hecho nosotros. Que el pico mide 5.080 m. es verdad, porque eso me lo dice mi móvil. Es la altitud más grande donde he estado hasta ahora. La bajada ha sido también pesadita. Arriba de todo, sin embargo, la vista era espectacular. Últimamente siempre nos queda por delante el pico Ama Dablam, que acaba en una especie de pirámide bastante puntiaguda muy espectacular, como ya he comentado anteriormente en este diario. L’Ama Dablam es una montaña preciosa.
Después de comer he hecho una siesta de casi dos horas. Creo que me he recuperado bastante. Ahora ya hemos cenado y de aquí a poco nos iremos a dormir.
Por cierto, cuando hemos vuelto del pico, a mediodía, la ropa que tendimos ayer y que quedó como de cartón piedra, ya estaba seca y en perfectas condiciones. No lo habría dicho nunca. Me parecía imposible que se secara. Realmente, la gente del territorio sabe lo que se hace.
Me he comprado otra tarjeta de WIFI. Por el grupo familiar del whatsapp he sabido la muerte de José María, el suegro de un hermano mío. Hacía días que estaba ingresado y últimamente había empeorado. Se ve que era una muerte anunciada. Con una sola llamada he podido hablar con hija ̶ mi cuñada ̶ , yerno ̶ mi hermano ̶ y una nieta ̶ mi sobrina ̶ del difunto para acompañarlos en el sentimiento. Les he pedido que hagan extensiva mi condolencia al resto de la familia, especialmente a la viuda. Los mayores ̶ la generación que nos precede ̶ se han vuelto viejos o ya hace días que lo son, y los que hasta ahora eran niños ̶ hijos y sobrinos ̶ se han convertido en adultos de golpe. Me sabe mal no poder ir al entierro. Descanse en paz.
Ahora llamo a mi tía, practico un poco el Duolingo -como cada día- y me voy a dormir. No hay manera de que María se ponga al teléfono, últimamente. Con Jordi he podido hablar más a menudo. ¡Hijos! ¡Qué le vamos a hacer!

6 de diciembre de 2023
Acabamos de llegar a Lobuche, situado a 4.910 metros de altitud. El primer tramo hasta Thukla, el lugar donde hemos almorzado, ha sido un camino bastante asequible, salvo la salida de Dingboche, que ha supuesto salvar una subidita muy puñetera. Ha sido el aperitivo de la jornada de hoy. A mitad del camino, después de comer, hemos transitado también por una subida de las de soplar hasta atravesar un paso de montaña. Tras ese paso hay una pequeña meseta con un memorial dedicado a los alpinistas que han fallecido en el Everest ̶ siempre hablamos de Everest, pero de vez en cuando me gusta referirme a él con el nombre de Sagarmatha, que me resulta muy eufónico y es, por otra parte, el término nepalés ̶ . Cada uno de los recordados en este memorial en medio de la naturaleza tiene un monolito con una placa que reseña su nombre y las fechas de nacimiento y defunción, además de algún texto de amistad o de alabanza. Hemos dado con uno que estaba escrito en inglés y en catalán en recuerdo de Mario, firmado por Mireia. No figuraban los apellidos de Mario y no sé si era catalán. Mireia ̶ también sin apellidos ̶ , que es quien se ocupó de la dedicatoria de esta placa conmemorativa, sí debe ser catalana, supongo. La presencia de lápidas o placas en esta pequeña meseta produce una sensación extraña. Recuerda en parte nuestros cementerios, aunque el escenario en plena alta montaña y en un espacio abierto hace que sea del todo singular.
Esta mañana, en el primer tramo del trayecto, después de haber superado la subidita-aperitivo que, como todas las subidas, no te permite hablar mucho porque necesitas enviar todo el oxígeno a las piernas y no a las cuerdas vocales, he caminado un rato largo con Alicia, la chica de Valls. Hemos charlado bastante, amigablemente. El hecho de convivir tantas horas durante estos días y compartir sensaciones de manera intensa y emotiva, supongo que te lleva a explicar de forma natural, espontánea, aspectos de la propia vida. O sea que hemos hablado de las respectivas parejas, de los hijos, del trabajo, de la familia, de las expectativas de futuro.
Más adelante, en una de las paradas de la caminata de hoy, Javier ha propuesto organizar todos juntos una salida al pico del Mulhacén, que es el más alto de la Península Ibérica. Debe tener unos 3.400 metros. Ya veremos si al final de este trekking hemos tejido unos vínculos de relación y amistad lo suficientemente fuertes como para planear una actividad juntos en un futuro no muy lejano.
Cuando ya estábamos en Thukla esperando sentarnos en la mesa para comer, hemos visto bajar a una chica a caballo con un sherpa de guía. La chica estaba absolutamente grogui. Mal de altura, supongo, y de ahí que montara a caballo; tenía una posición inestable, se balanceaba de un lado a otro del animal como un saco de patatas. Le han ayudado a desmontar y se ha quedado al sol sentada sobre una bancada de piedra, cabizbaja. Realmente, la chica se ha debido encontrar bastante mal. Más tarde, ha llegado otra muchacha también a caballo. Esta tenía la cabeza despierta, pero cojeaba; debe haberse torcido un tobillo o sufrido cualquier otra lesión en la pierna.
Justamente en Thukla, hoy se ha puesto de manifiesto que JP, el compañero de Madrid, no está en condiciones para hacer el camino de vuelta a pie. Hasta la hora de comer le hemos sacado una hora y media de diferencia. Camina a un ritmo muy lento y con muchas paradas. Badri le ha vuelto a ofrecer un caballo de alquiler, pero no ha querido ni oír hablar de él. Aun así, creo que tendrá que bajarse del burro ̶ si se me permite la broma̶ y pensar que su regreso será quizá en helicóptero, porque no todo el camino de vuelta es bajada; a lo largo de la ruta hay muchas oscilaciones, muchas subidas y bajadas, y a menudo las subidas son bastante exigentes y él no va sobrado de oxígeno en la sangre, a juzgar por los controles que, como al resto del grupo, Badri le ha ido haciendo de vez en cuando. No sé si algún seguro que pueda tener contratado por su cuenta le cubre la bajada en helicóptero. Pronto lo sabremos, porque mañana es el penúltimo día de subida; de hecho, mañana es el último día, porque el siguiente lo dedicaremos a llegar al Campo Base del Everest, que no queda a una altura muy superior a la del albergue del final de trayecto. Ahora bien, el mismo día que volvamos del Campo Base, ya iniciamos el camino de retorno y ese día serán muchas horas de andadura. En tres jornadas caminaremos los kilómetros que nos hemos pateado en seis días de subida ̶ aparte de los dos días que dedicamos a la aclimatación y que aprovechamos para subir un par de picos. En total habrán sido ocho días de trayecto de ida̶ .
Ayer se cumplieron dos meses desde que salí de Barcelona. No sé si tengo la sensación de que haga tanto tiempo. De hecho, estoy en el último tercio de mi estancia en Nepal. Cuando volvamos de este trekking, en principio iremos tres o cuatro días al pueblo de Badri, si no hay ningún contratiempo. Será otro paisaje de Nepal, un entorno natural bien diferente, una zona selvática. Pasaremos de la alta montaña a un territorio a muy pocos metros sobre el nivel del mar y con una vegetación muy distinta a la del Himalaya.
Ahora mismo son las 5h de la tarde y JP y Badri todavía no han llegado al albergue de Lobuche, que es donde dormimos hoy. Badri siempre espera y acompaña a JP durante los trayectos, claro. Estamos en la sala de estar-comedor tratando de aprovechar el calor de la estufa de leña situada en medio de esta estancia. Hay una familia italiana, además de nosotros mismos. Ningún huésped más. Estamos en diciembre y ya no es temporada alta. Pronto vendrá el frío extremo del invierno y se habrá acabado del todo la temporada turística hasta la primavera. El padre de la familia italiana es muy conversador. Habla con mucha fluidez el castellano… y cuatro o cinco lenguas más, dice. Además de la madre, que a diferencia del padre es muy callada, el resto de la familia está formada por dos niños, uno de 13 años y el otro de 8. El chaval de 13, mira… pero el de ocho, pobrecito, ¡válgame Dios lo que le toca trotar por estas montañas!
Se está haciendo de noche y Badri y JP no han llegado todavía. Esperemos que no tarden mucho. Mientras tanto tomamos un té para ayudarnos a entrar en calor y reconfortar el cuerpo. Uno de los chicos que regenta este albergue me dice que hoy no les funciona la conexión a internet. No tenemos tampoco cobertura telefónica, por supuesto.
Ya hace más de una hora larga que hemos llegado y ahora sí se ha hecho de noche. Badri y JP siguen sin aparecer. Empezamos a preocuparnos. Caminar de noche por estas montañas no es cosa fácil. Hablo con Amar, el portador sherpa, pero no sé si me entiende demasiado. Al menos sabe que le hablo de Badri y del excursionista que falta, eso sí. Con Javier, Alícia y Marc hablamos sobre el hecho de que sea de noche y todavía no hayan llegado. No podemos hacer nada más que esperarlos. Confiamos en que al menos tengan luz para verse mínimamente. La luz de la linterna de los móviles, cuando menos. El chico del albergue no puede comunicarse hoy con los compañeros de Thukla, que es el pueblo donde hemos parado a comer, el más cercano a donde estamos ahora. Se me ocurre que quizás Badri y JP han retrocedido y han vuelto a Thukla. Intento hacer entender esto a Amar. Él me dice yes, OK, como siempre. Ahora añade no problem. Los componentes de nuestra cuadrilla, sin embargo, estamos cada vez más alarmados. Cuando ya hace rato que ha oscurecido ̶ son las seis y media de la tarde ̶ , nos hacemos a la idea de que seguramente Badri y acompañante han retrocedido y se han quedado a dormir en Thukla. Confiamos en que sea así y no estén ahora mismo caminando a oscuras por la montaña. De todas formas, no estamos nada tranquilos.
El padre de la familia italiana, que se llama Lucca, ha salido a tomar el aire y, de golpe, vuelve y nos informa que ya están aquí. Badri y JP ya han llegado y uno de ellos lo ha hecho a caballo. El del caballo, evidentemente, es JP. Badri nos cuenta que menos mal que han encontrado por el camino un sherpa con un caballo, porque se les había terminado la batería de los móviles, era oscuro y no tenían manera de verse. El sherpa del caballo llevaba linterna y, además, se dedica a alquilar su montura a quien lo necesite. Hay sherpas que, como este, van de ruta con un caballo para poder actuar como taxistas si coinciden con algún excursionista que flojee. Badri y JP han tenido suerte, está claro. Y desde luego, nosotros también. Mientras estábamos en la mesa esperando la cena y comentando la situación vivida y el mal rato que hemos pasado, Alicia ha manifestado abiertamente que JP no puede continuar la ruta a pie, porque es arriesgado para él y, de rebote, para el resto de componentes del grupo. Creo que todos hemos estado de acuerdo con ella, aunque nos resultaba violento confirmarlo. JP, cabizbajo y hombre de pocas palabras, ha dicho que, efectivamente, él acabará la ruta a caballo, que no quería ser ningún estorbo para el resto del grupo. O sea que mañana, JP hará el camino hasta el último pueblo, Gorakshep, a caballo. Estaremos a casi 5.200 metros de altitud. Me parece que esta es una buena decisión. Para él y para todos. Me imagino que Badri podrá andar también más tranquilo.

7 de diciembre de 2023
Esta mañana he tardado tres horas para ir desde Lobuche a Gorakshep (5.160 m.) Hemos llegado al último núcleo poblado de este trekking. Ha sido mucho más duro de lo que me esperaba, porque Lobuche queda a 4.910 metros y, por tanto, la diferencia de altitud entre un lugar y otro no es mucha; pero pasa lo que ha sido una constante a lo largo de todo el recorrido desde que salimos de Lukla: los senderos, los caminos, no paran de subir y bajar; el desnivel positivo acumulado de cada día suele ser siempre muy superior a la diferencia de altura entre el punto de partida y el de llegada. Supongo que también se nota en las piernas la acumulación de cansancio a lo largo de los días.
JP hoy ha hecho el trayecto a caballo. Badri ha ido a su lado todo el rato, aunque eso le supusiera moverse por los bordes abruptos de los senderos y no por los lugares de paso, propiamente. Badri se debe haber cansado más de la cuenta. El camino de hoy tenía tramos muy malos; me parece casi increíble que un caballo pueda transitar por ellos. En estas zonas, a JP le ha tocado bajarse de la montura, momentáneamente, para salvar un barranco o una pendiente corta pedregosa. En algún tramo los he visto que iban detrás de mí, no muy lejos. El JP no tenía mucha estabilidad sobre el caballo. Badri lo sujetaba de vez en cuando por el brazo para que no se cayera. Aún así, JP se ha caído tres veces, me han dicho. Una de esas caídas le ha causado una pequeña herida en la cabeza. Nada importante, afortunadamente. No me extraña, viendo como he visto en alguna ocasión cómo iba situado sobre el caballo y la dificultad intermitente del terreno. El JP no hará el regreso del trekking a pie. No sé muy bien si tiene el mal de montaña, pero parece absolutamente agotado. Tiene mala cara. Se le ve abatido. Ha llegado a caballo hasta Gorakshep, pero no nos acompañará hasta el pico Kala Patthar ni al Campo Base del Everest. Mañana volverá a Lukla en helicóptero. En Gorakshep hay un helipuerto. ¡Menos mal!
Javier, Marc y Alicia han realizado el trayecto matinal de hoy con dos horas y media, aproximadamente. ¡Son unas gacelas! ¡Y son jóvenes! ¡Y no llevan mochila pesada! Pero la verdad es que están fuertes; este es un mérito que no les puedo quitar. Yo tengo que ir a mi aire… y nunca mejor dicho, porque lo que me faltaba viniendo era oxígeno y a menudo tenía que hacer un paro técnico para recuperar el fuelle. O sea que, como siempre, he hecho el trayecto a mi ritmo, que es un ritmo lento en comparación al de los compañeros de delante. Pero estoy contento y me siento satisfecho. Me gusta también caminar solo por estos parajes mientras no me canso de mirar las montañas que nos rodean ̶ eso sí que no es cansancio ̶ . Y escucho el silencio. Y pienso, no paro de pensar en todo y en nada. Estoy en un paréntesis, en un mundo fuera del mundo. Cuando levanto la cabeza y veo la subida que enseguida tengo que emprender, vuelvo a acachar la cabeza y me propongo avanzar pasito a pasito. Es mejor, dicen y me digo, no mirar permanentemente la subida que hay que superar. Es cierto. Y cuando me detengo, entonces sí, me lleno la vista de picos y de cimas nevadas. Y atisbo a lo lejos. Y me pregunto cómo es posible que hoy esté aquí y esté haciendo lo que estoy haciendo. ¡Qué privilegio! No sé si nunca sabré explicar la bondad de esta caminata, el confort del esfuerzo que le estoy dedicando. No sé por qué, pero no quiero darle mucha publicidad; quiero guardarlo un poco para mí en un pequeño rincón de la intimidad. Podemos hablar de picos, de altitudes, de anécdotas… incluso de sentimientos. Pero hay un pedacito de la experiencia que no es transferible. O sea que queda guardado dentro. Y está bien que sea así, sin más misterios, sin más pretensiones. La vida en la montaña, en la alta montaña, tiene siempre este trocito silente de espiritualidad. Hablo por mí, claro. El Himalaya, además, te invita a ello. Las estupas ̶ monumentos budistas ̶ y los manis ̶ los rodillos de las oraciones ̶ son jalones presentes a lo largo de todo el recorrido. A menudo damos empuje al carrete ̶ el mani ̶ cuando pasamos junto a ellos en nuestro camino; lo hacemos girar siempre en el sentido de las agujas del reloj, que es lo que la tradición establece. Y por cada giro se esparce por la atmósfera el mantra grabado en el mismo carrete. Om mani padme hum. Este es el mantra más conocido, pero hay muchos otros recogidos en los rodillos de las oraciones. También los encontramos esculpidos sobre algunas rocas negras voluminosas que quedan situadas normalmente cerca de los senderos. Son auténticas obras de artesanía. Un canto a la eternidad, a la inmensidad del universo inalcanzable. El budismo impregna a esta tierra y a los que viven en ella. Y a los que sólo somos pasajeros, probablemente.
Dicen que en este altiplano donde está situado Gorakshep, el último núcleo habitado de esta ruta, es donde años atrás estaba el Campo Base del Everest. Ahora el Campo Base está un par de horas más adentro y queda a una altitud de 5.364 metros. Por la tarde, desde Gorakshep, teníamos previsto ascender al pico del Kala Patthar y disfrutar de una panorámica espectacular del Everest. Pero a mediodía se ha nublado y oscurecido el ambiente y parece que los pronósticos apuntaban a que durante la tarde no mejoraría la visibilidad. Y así ha sido. Badri, conocedor del percal, a la hora de comer ha propuesto cambiar los planes e ir por la tarde al Campo Base del Everest y dejar para mañana a la madrugada la ascensión al Kala Patthar. Justo al revés de lo que estaba previsto. Así, si hay suerte, mañana podremos tener una visión magnífica de la salida del sol por detrás del pico del Everest.
Poner en marcha las piernas después de almorzar siempre da un poco de pereza; sobre todo al principio. Y más, después de la caminata de la mañana y en un día tan tapado como el de hoy. Afortunadamente, el trayecto hasta el Campo Base no comporta mucha subida. Ha sido cuestión de ir tirando con la ilusión de llegar a poner los pies en un lugar tan emblemático como el Campo Base, que es, de hecho, el objetivo final de este trekking. Y ha valido muchísimo la pena, porque da un montón de gusto ver la espectacularidad del glaciar lamiendo la falda de la montaña que se levanta imponente delante de tus narices. Un gigante con piernas de hielo. Hemos tardado ocho días en llegar hasta aquí y estamos a 5.364 metros. Quedan 3.500 más para llegar a la cima. Me parece una tarea titánica. A partir de hoy admiro más aún a los alpinistas que son capaces de coronar esta montaña, aunque actualmente hay bastante gente que llega a conquistar la cima pagando precios prohibitivos y bien acompañada y secundada por guías sherpas. Pero eso es otra historia. Es una temeridad. Y en muchos casos, una frivolidad y un esnobismo propio de los occidentales. La parte positiva de esta práctica novedosa es que, cuando menos, genera unas ganancias para los nepaleses. Badri nos ha indicado, señalándolo con el brazo, el punto por donde desde el Campo Base los escaladores emprenden la subida al Campo Cuatro. Son paredes de hielo duro como los bloques blancos y pétreos del glaciar.
En la grieta o cavidad natural de la parte inferior de una roca modesta luce la inscripción “Base Camp, 5.364 m”. Es el punto para sacar fotos. La foto finish. En la discreta cavidad de esa roca hay expuestos recuerdos y objetos diversos que va dejando la gente que llega hasta aquí. Dan un poco la sensación de los exvotos de nuestras ermitas cristianas. Unos metros más abajo de la roca, en una pequeña explanada, hay toda una colección de pequeños monolitos o menudas estupas budistas. Muchos tienen inscripciones o están adornados con pañuelos o collares. Parece que estos pequeños monumentos religiosos adoren la montaña que se alza enfrente. En uno de los monolitos, Badri ha enroscado un pañuelo de seda amarillo, con actitud de reverencia y respeto. Me ha contado que cuando has llegado hasta aquí y estás pisando el suelo que bordea la montaña y forma parte de ella, hay que ser humilde y pedir disculpas a la madre montaña por haber invadido su espacio. Es también una manera de reconocer su magnitud y nuestra insignificancia. Y con ello se pide a la vez protección por el atrevimiento de haber llegado hasta aquí.
Allí, en la roca, hemos coincidido con otro grupito ̶ una familia, de hecho ̶ que este mediodía hemos visto también en nuestro albergue de Gorakshep. Nosotros hemos sacado fotos a la familia y ellos nos han devuelto la gentileza y nos han sacado a nosotros. Alicia ha tenido la buena ocurrencia de llevar una “estelada”: una bandera catalana independentista. Ya se sabe que muchos catalanes llevamos en el corazón esta señera. Era una “estelada” de triángulo amarillo con estrella roja. Se la he pedido para sacarme también algunas fotos. Me hubiera gustado aún más que fuera una “estelada” de triángulo azul y estrella blanca, que me resulta más inclusiva. Pero ha sido un magnífico regalo que Alicia haya pensado en traer esta bandera. O sea que nada que objetar y mucho que agradecer.
A Javier, el chico de Granada, le he tomado una foto delante de la grieta de la roca emblemática del Campo Base, desplegando una pancarta. Es un compromiso que él había adquirido con unos compañeros granadinos. La pancarta denuncia un proyecto de construir una macrogranja que afectaría a parajes naturales que piensan que hay que proteger. Sacarse esa foto en este lugar emblemático y difundirla por las redes sociales y los medios de comunicación es una manera de dar a conocer la problemática de la instalación de la macrogranja e incentivar la conciencia de la ciudadanía para reclamar que se detenga ese proyecto especulador. Javier estaba muy contento de haber cumplido con su promesa. Este era un objetivo añadido a los inherentes al trekking. Y yo estoy también contento de haber contribuido muy modestamente a la causa haciendo de fotógrafo improvisado.
La pequeña grieta rocosa del Campo Base está situada en una hondonada junto a un glaciar, como he dicho antes. Para llegar hasta ahí, en el último tramo hay que abandonar el sendero que circula por la cresta de una elevación discreta, en medio de montañas gigantescas con el Everest al fondo. Bajando al Campo Base había un chico con un caballo unos metros antes de llegar al final de nuestro trayecto. Se ve que es un “sherpa-taxista”, un joven que está a la espera de que alguien se encuentre indispuesto por la razón que sea y él pueda alquilarle el caballo para emprender el camino de regreso a Gorakshep. Cuando nosotros hemos iniciado el camino de vuelta empezaba a ser tarde, quedaban pocas horas de luz, las justas para llegar al albergue. O sea que el chico del caballo ha abandonado su “silvestre punto de socorro” y ha hecho el camino de vuelta detrás nuestro.
Uau! ¡Qué experiencia! ¡No me acabo de creer que haya pisado el Campo Base del Everest! ¡Me siento muy feliz de haberlo hecho!

8 de diciembre de 2023
Hoy he batido mi récord de altitud. De hecho, el anterior récord lo tuve ayer cuando llegué al Campo Base del Everest (5.364 m.). Esta madrugada, a las 5h hemos iniciado la ascensión al Kala Patthar (5.560 m.). Durante la noche había nevado. En ese momento la temperatura en Gorakshep era de -16° . Hemos subido con los frontales, porque al inicio era negra noche. Una fila de excursionistas a diferentes distancias nos precedían en la subida. Hay quienes han madrugado más que nosotros. Era bonito ver esta especie de luciérnaga que formaban los frontales de los caminantes ascendiendo hacia el pico para ver salir el sol detrás del Everest. Mejor que fuera de noche, he pensado, porque me ahorraba ver la magnitud de la subida que tenía por delante. Bien mirado, la diferencia de altitud respecto al albergue no era sustancial. El albergue está a unos 5.100, mientras que el pico mide cuatrocientos y pico metros más (casi 500 de más). Al comienzo, los de nuestro grupo hemos ido bastante compactados y a un ritmo considerablemente vivo. Así que íbamos avanzando nos hemos ido deshilachando. Ha sido duro, para mí. A ratos notaba que me faltaba oxígeno. He tenido que hacer varias paradas técnicas para recuperarme. Mientras subía, una vez he querido abrir la cremallera de un bolsillo del anorak con una mano mientras caminaba y, de repente, he notado un ahogo. He tenido que detenerme, coger aire y al cabo de poco abrir la cremallera con las dos manos. Caminar o abrir la cremallera, pero las dos cosas a la vez no. El oxígeno del que disponía no daba para realizar las dos acciones simultáneamente.
Por el camino me he reencontrado una vez más con la chica gala con la que coincidí en el viaje en avioneta desde Katmandú hasta Lukla. Ella también subía poco a poco, a un ritmo similar al mío. De forma espontánea me ha dicho que hoy se encontraba floja, porque tenía la menstruación. Por lo que se ve, la montaña provoca este tipo de confidencias entre los compañeros de aventura. Ella ha seguido la ascensión ante mí a pocos metros y, con su guía, hemos coronado el pico. Los últimos cincuenta metros han sido especialmente dificultosos. Teníamos que pasar por una pendiente de piedras enormes y rocas cubiertas de nieve. El riesgo era resbalar y torcerte el tobillo si una pierna iba a parar entre los espacios que quedaban entre las rocas. Javier, el compañero de Granada, ya estaba de vuelta cuando a mí todavía me faltaban unos cien metros para llegar a la cima. Me ha advertido de que fuera con mucho cuidado de no resbalarme, porque el tramo que me quedaba era el más complicado. Él tenía ganas de salir de esa zona rocosa nevada y llegar lo antes posible al albergue. No le hacía nada de gracia moverse por aquel paraje rocoso cubierto de nieve. Después de desayunar y habiendo hecho este esfuerzo de subir al Kala Patthar, nos esperaba la ruta del día, el primer día de camino de vuelta. Y era una ruta muy larga, porque el regreso hasta Lukla lo teníamos que hacer en tres días, tan sólo.
A mitad de la subida al Kala Patthar, Badri se ha desplazado más a la izquierda de las sendas que seguíamos todo el mundo. Llevaba la cámara de fotos y quería tomar posiciones estratégicas para captar buenas imágenes del alba con el Everest al fondo, imponente. Badri sabe mucho, de fotografía. Tiene sensibilidad en la mirada y también el dominio técnico necesario para sacar provecho de las panorámicas espectaculares que se nos ofrecen en estos entornos. Las huellas sobre la nieve de quienes nos habían precedido nos marcaban rutas de ascensión que se iban cruzando y dibujaban una trenza anárquica sobre la superficie nevada. Nos íbamos acercando al pico poco a poco; tan despacito que a ratos tenías la sensación de no avanzar. El pico estaba muy cerca y, a la vez, estaba lejos si se medía la distancia con la cantidad de esfuerzo y resoplidos que aún me quedaban por hacer. Pero he llegado a la cima, por fin, y he podido ver el resplandor del sol detrás del Everest. La cima del Kala Patthar es ciertamente un buen mirador. Un mirador de nostalgia que no quería abandonar sin haberme hartado de disfrutarlo. De ahí que me costara decir basta e iniciar la bajada.
El guía que acompañaba a la chica gala me ha hecho unas cuantas fotos muy amablemente. En ese momento estábamos sólo nosotros tres en el pico. Todos los que nos habían precedido ya habían iniciado el camino de bajada y había muchos otros que todavía estaban subiendo. Es curioso sentirte tan satisfecho una vez estás arriba y ves que has conseguido el objetivo después de tanto esfuerzo. Es curioso y un punto absurdo, supongo. Pero te sientes feliz; un cierto bienestar anímico te acompaña y envuelve tu cuerpo. Kala Patthar es un nombre que me quedará esculpido en la memoria para siempre, probablemente.
Y ¡sorpresa! Cuando estaba bajando del Kala Patthar me he cruzado con el chico francés con quien viajé en la avioneta de Katmandú a Lukla. Él iba subiendo, ahora. ¡Qué lástima que en ese momento no estuviera ahí también la chica galesa! El muchacho francés recordaba mi nombre, porque Xavier se escribe exactamente igual en francés y se pronuncia prácticamente de la misma manera que en catalán. Iba solo. No sé de dónde demonios ha aparecido ni qué ha hecho durante todos estos días. Es un auténtico aventurero, el zagal. Hemos tenido ambos una gran alegría, ya ves. ¡Nos hemos saludado efusivamente y nos hemos deseado good luck! Posiblemente no volveremos a coincidir más.
Mientras nosotros subíamos al pico, un helicóptero se ha llevado a JP hacia Lukla. Realmente, se ve que el hombre estaba bien molido. Desde el albergue hasta el helicóptero le han ayudado dos personas a llegar, cogiéndolo cada una de un brazo. Y nada más entrar en el helicóptero se ha estirado sobre un banco. Qué mala pasada encontrarse así de mal. JP nos esperará en el hotel de Lukla estos tres días que nosotros tardaremos en hacer el camino de vuelta.
Hemos llegado al pueblo donde dormiremos hoy a las 17:30, justo cuando ya empezaba a oscurecer. El pueblo se llama Pangboche. Ha sido un día físicamente exigente. La ascensión al Kala Patthar ha sido el aperitivo de una caminata quilométrica. ¡Un auténtico salsichón! Por la mañana, cuando hemos regresado del pico, hemos desayunado y en nada hemos iniciado el larguísimo camino de retorno que teníamos en la ruta prevista de hoy. Hemos parado a comer en Tukla, pueblo donde también comimos a la ida. Sin embargo, pasado Tukla no hemos hecho exactamente la misma ruta que hicimos subiendo; esta vez hemos recorrido un valle larguísimo por su centro y no por la cresta de las montañas que lo rodean. Prácticamente, he hecho todo el camino por dentro del valle en solitario. Los compañeros me han sacado una distancia de unos doscientos metros. Una chica que durante bastante rato llevaba detrás mío, finalmente me ha adelantado cuando me he parado a sacar una foto. Era una chica solitaria de veinte y pocos años; no estaba gorda, pero no era delgada; más bien un poco llenita. Y hay que ver lo alegre y ligera que caminaba. Mantener la distancia con ella me ha obligado a no dormirme nada y tener también un ritmo bastante vivo. Me hacen mucho respeto los caminantes solitarios. Admiro su valor. A mí también me gusta caminar a ratos en solitario, pero es distinto porque sé que hay un grupo que me espera.
Si sumamos la ascensión al Kala Patthar, hoy hemos caminado unas ocho horas. Y sin contar la subida a este pico, según la aplicación de Javier, hemos hecho unos 21 kilómetros con un desnivel positivo acumulado de 640 metros, y eso que vamos de bajada. En Pangboche, Javier y yo hemos tenido habitaciones individuales, aunque el tabique que las separaba era de una fina chapa de madera. Él es muy buen compañero de dormitorio, pero prefiero no correr el riesgo de estorbarlo si alguna noche, incontroladamente, mi cuerpo decide roncar o dar resoplidos mientras duermo y reposo absolutamente derrotado. En una de las noches anteriores me había pasado, concretamente en Lobuche. ¡Qué vergüenza, Dios mío! Y Javier tuvo la paciencia de aguantarme y no me dijo nada hasta la mañana siguiente. ¡Un santo barón!

9 de diciembre de 2023
Vamos bajando. Ya estamos en Namche, a 3.500 m. El hotel de aquí es otra historia. ¡Nada más llegar me he podido duchar con agua caliente! Hacía seis días que no nos duchábamos, que quiere decir que no lo hacíamos desde que estuvimos en este mismo hotel a la subida. Me han dado la habitación 214 para mí solo, situada al final del pasillo del lado derecho de mi planta. Es una habitación grande con tres camas: una de matrimonio y una individual. El lavabo, austero, está bastante bien, la verdad; nada que ver con los hotelitos donde hemos estado los últimos seis días. Badri me ha dicho que me han dado esta habitación porque es el penúltimo día de la temporada y ya no quedan muchos excursionistas; por eso y porque no está JP. Acabo de mirar, por cierto, la foto de perfil de JP al grupo de whatsapp que creamos con los miembros de esta expedición y allí JP aparece con una camiseta de estilo militar, mimetizada, como la que llevaba aquí durante toda la excursión; en la foto lleva también una especie de polainas y se apoya en un bastón de madera bastante largo en medio de un paraje natural que puede ser un bosque o las inmediaciones de un bosque. Va sin mochila. Me pregunto qué debía estar haciendo JP el día de la foto vestido de esa manera. Viendo esta imagen pienso que en salidas como estas la convivencia con gente que acabas de conocer es muy intensa. Según cómo y con quién, tienes ocasión de contarte cosas personales y, los unos de los otros, nos hemos hacemos una idea vaga o aproximada de cómo somos cada uno. Pero la verdad es que, como es natural, sólo nos llegamos a conocer superficialmente, porque cada persona lleva dentro todo un mundo amplísimo por descubrir que no se puede explorar con doce días de convivencia, por más que el contacto sea tan continuado y en entornos de inevitable socialización.
Mi grandiosa habitación tiene dos ventanas bastante generosas. La de la pared de enfrente las camas me permite ver a tocar una pista de baloncesto donde unos chicos jóvenes están pasándoselo bien intentando meter canastas. Me los miro curioso un rato y me da la sensación de que no tienen mucha maña. Se divierten bastante, sin embargo. Sólo hay una canasta y se van alternando en los lanzamientos. Desde esta ventana puedo ver una parte del Kongde, una montaña preciosa que se levanta majestuosa detrás de Namche. Desde la otra ventana, situada en una pared perpendicular a la anterior, puedo ver la mayor parte del pueblo de Namche, con sus hoteles escalonados, la montaña de Thamserku al fondo y la acequia de agua que baja con fuerza por una pendiente y mueve estilo molino una hilera de manis gigantes. Este es el paseo que, desde la puerta sur de entrada al pueblo, te lleva hasta el núcleo central donde están las tiendas y establecimientos de todo tipo. A media altura del paseo de los manis, a la izquierda, hay una pista de voleibol bastante rudimentaria. Una red veterana separa el terreno de juego en dos mitades sobre un suelo polvoroso que no está pavimentado. Allí hay también un grupo de chicos que están haciendo un partidazo de volei con mucho entusiasmo. El voleibol, por lo que he podido ver, es uno de los deportes más practicados en Nepal. Baloncesto y voleibol a 3.500 metros. ¡Sorprendente! Después de la ducha reconfortante, contemplar a estos jóvenes haciendo deporte en un espacio tan alejado de la civilización urbana no deja de representárseme como una escena muy particular. Verlos jugar tan alegres es también balsámico. Llegados aquí, Namche Bazar, todo toma un aire de mayor comodidad. Se ve que muchos años atrás, en este pueblo se hacía un pequeño mercado donde venían a vender productos algunos campesinos o mercaderes tibetanos que, por algún lugar de paso u otro, saltaban la cordillera del Himalaya que separa el Tíbet de Nepal. Sólo de pensar en ello, me estremezco. ¡Qué dureza de vida y qué espíritu de supervivencia debe tener la población de estas tierras! El contacto entre tibetanos y sherpas se hace patente a través del budismo y de los monumentos que esta creencia ha ido erigiendo desde tiempos remotos por todo lo que ahora se conoce oficialmente como Parque Natural del Sagarmatha.
La caminata de hoy, de prácticamente 15 kilómetros, no ha sido tan pesada como la de ayer. Hemos bajado unos 500 metros de altitud por un trayecto con bastantes ondulaciones, como suele ser habitual a lo largo de todo el trekking. Hemos salvado dos subidas majas. La primera, para llegar a Tengboche, donde está el monasterio budista de 350 años que visitamos en la ida. La subida pasa por medio de un bosque de rododendros que dice Badri que en primavera está todo adornado con flores blancas, rojas, azules, amarillas… y que es precioso. Intento imaginarme floridos y coloridos estos rododendros que deben crear una atmósfera idílica, un escenario pictórico natural. ¡Qué bonito debe ser!
La segunda subida ha sido desde el nivel del río Dudh Koshi, en un pueblo donde comimos en el camino de subida, hasta la altura de Namche. Es la subida que, entre nosotros, hemos bautizado como la de los leñadores, porque cuando la hicimos como bajada en el viaje de ida nos cruzamos con muchas mujeres portadoras de cargamentos de leña. No sé si estos haces de leña pesan menos que las cargas habituales de los porteadores hombres. Pero seguro que se trata de un peso colosal. Recuerdo que, en la ida, aquella bajada se nos hizo pesadísima y que entonces yo ya me amedrenté pensando que a la vuelta la tendría que hacer de subida. Hoy, de vez en cuando, la idea de este tramo me venía a la cabeza y hasta que no lo he superado podríamos decir que no he respirado tranquilo. Lo cierto es que la he resuelto con menos ahogos de los que me temía. Pasito a pasito, poco a poco y buena letra… y de golpe te encuentras que ya está, que lo has hecho. O sea que esta subidita no ha sido tan agobiante como me temía. La verdad es que el camino de hoy hasta Namche no ha sido tan exigente como el de ayer.
Hemos comentado una vez más entre los compañeros que, a pesar de intentar hacer buenas fotos, es imposible transmitir con las imágenes la grandeza del paisaje, la profundidad de las hondonadas, la magnitud de los picos nevados. El camino estaba manchado de nieve en muchos tramos. El paisaje ha cambiado respecto a la ida. Se acaba la temporada para visitar el Campo Base hasta que sea primavera y los rododendros de Tengboche empiecen a florecer esplendorosos.
La naturaleza del Himalaya es extraordinariamente impresionante.

10 de diciembre de 2023
Ya volvemos a estar en Lukla. El hotel donde nos hemos alojado está muy cerca del aeropuerto. Del miniaeropuerto. Tanto es así que desde mi habitación se ve la pista de aterrizaje a no mucha distancia.
Hoy también hemos hecho una buena caminata: 20,7 km., con un desnivel positivo de 685 m. y un desnivel negativo de 1.225 m. En un día hemos hecho el camino que en la ida hicimos en dos jornadas. Desde Namche hasta Lukla.
Tengo destrozados los dedos de los pies. No hay mucha luz en la habitación, pero me parece que tengo algunas uñas moradas. Ya veremos mañana el qué. Me he tomado un paracetamol para no tener malestar esta noche. Es lo de siempre cuando hago bajadas largas y continuadas; por más que me ato bien las botas e intento que el pie no me baile dentro del calzado, las puntas de los dedos van picando la puntera de la bota y van castigando las uñas de los dedos que suelen acabar moradas. El señor de la tienda de Andorra que me vendió las botas el verano pasado me dio una clase magistral sobre cómo abrocharme bien las botas para que el pie me quede bien sujeto y no me pase eso de picar con las puntas de los dedos la puntera. Pero no hay manera. No sé si eso de tener el pie griego ̶̶ el segundo dedo más largo que el dedo gordo ̶̶ tiene algo que ver. Salvo esto, estoy satisfecho del resultado de las botas durante este trekking. Me he sentido cómodo y cuando hemos pisado nieve he notado la gélida temperatura, pero la humedad no ha llegado a los calcetines. He tenido los pies bien secos, bien aislados. Son botas realmente impermeables.
Me he duchado con agua tibia tirando a fría, pero he sobrevivido. Es reconfortante la sensación de limpieza y frescura una vez sales de la ducha. O sea que han valido la pena estos minutos de higiene con una temperatura justita.
Los dos sherpas porteadores ya se han despedido. Les han dado la propina. Son unas 1.000 rupias por día para cada uno. Mi mochila me la he transportado yo, pero como los chicos a menudo ayudaban a servir la cena cuando llegábamos a los albergues, he pensado que era justo hacerles un detalle de agradecimiento. Les he dado 2.000 rupias para ambos. Parecían satisfechos y han recibido el dinero con una sonrisa de oreja a oreja. Amar es un chico muy afectuoso. Hoy por el camino nos hemos sacado una foto juntos. A los compañeros les ha salido la propina de los porteadores a 6.000 rupias cada uno.
Badri me ha contado que Amar no vive en Lukla. Es de un pueblo que está a unos 30 km de aquí. O sea que mañana hará el camino hacia su casa a pie por un sendero, porque en este lugar no hay carreteras ni pistas. Me gustaría ver por un agujero la casa donde vive Amar, su pueblo, sus padres, sus hermanos ̶̶ si tiene ̶̶ y sus amigos. Es admirable la fuerza de estos chicos. Vuelvo a pensar que nosotros, los visitantes occidentales, venimos aquí con todo un equipamiento de montaña mientras ellos llevan una bolsita de ropa pequeña como todo equipaje. Yo venga a hablar de las botas impermeables y ellos hacen su trabajo tan duro con unas zapatillas de deporte bien normalitas. Cosas como estas ponen en evidencia que somos unos privilegiados, que vivimos en el primer mundo, y que hay muchísima gente como Amar con unas expectativas de vida bien diferentes a las nuestras.
Javier ha hecho el cálculo de todos los quilómetros que hemos hecho estos días. Salen unos 130 kilómetros en total. Y hemos sumado un desnivel positivo acumulado de 6.835 metros. No está nada mal. Hablo por mí, claro; ya sé que hay montañeros con parámetros muy y muy superiores a estos.
Mañana nos tocará volver a madrugar para coger la avioneta hacia Katmandú. A las seis menos cuarto hay que desayunar y a las 6:30 hacer el check in en el aeropuerto. Bien, mañana ya no tendremos que caminar, por lo menos. Quizá echaré en falta caminar con la mochila en la espalda. Ha sido una experiencia inolvidable; eso seguro.

 

11 de diciembre de 2023
Esta mañana hemos llegado puntuales al aeropuerto. Desde el hotel hemos ido a pie, claro. Cuestión de caminar sólo unos centenares de metros. Los compañeros de viaje, sin embargo, hoy han tenido que cargar sus mochilas, porque ya no estaban los sherpas porteadores. Sin problemas, que el camino era corto. Eran las siete de la mañana y el aeropuerto se ha llenado de montañeros que iban a Katmandú. Hay que decir que el aeropuerto y sus equipamientos son tan pequeños que todo se llena fácilmente. La avioneta que teníamos que coger venía también de la capital. Ha llegado un poco más tarde de lo previsto.
Hemos tenido que pasar un control de la policía dejando las mochilas sobre un mostrador. Un policía joven ha revisado la mía. En la bolsa que cubre la parte superior de la mochila llevaba una piedra que recogí como recuerdo en el Campo Base del Everest. No se me ha ocurrido poner la piedra dentro de la mochila entre la ropa sucia, por ejemplo. En el viaje de ida a Lukla nos pesaron el equipaje pero no nos lo revisaron. Cuando el policía ha detectado la piedra la ha cogido y la ha tirado al suelo detrás suyo. ¡Qué rabia! El policía ni siquiera ha levantado la vista para mirarme. Iba a destajo. Ha sido una revisión absolutamente superficial; quizá por eso me ha hecho más rabia no haber pensado poner la piedra en medio del cargamento de la mochila, porque allí no ha habido revisión. Aunque una piedra como la mía es insignificante, entiendo por otra parte que como norma no se puedan coger minerales que forman parte del Parque Natural del Sagarmatha. No nos lo ha dicho nadie, pero es una medida razonable. Como también lo es que algún excursionista como yo se la quiera saltar sin ánimo de hacer ningún atentado ecológico. Menos mal que al llegar a casa, en Katmandú, Badri me ha regalado otra piedra proveniente también del Himalaya que es preciosa, porque tiene la forma y el color negro del pico del Everest. ¡Un buen regalo! Espero que esta pequeña joya no me la requisen en el viaje de vuelta a Barcelona. ¡Es chulísima!
Esta vez la avioneta iba llena de pasajeros y no de mercancías. Son dos filas de un solo asiento, una a cada lado de la nave. Le he dicho a Javier que tratase de sentarse en la fila de la derecha, porque me parecía que es desde donde podríamos contemplar mejor la cordillera del Himalaya. Alicia y Marc se han espabilado para sentarse en los asientos traseros a los pilotos. En la ida, Alicia ya se sentó junto al piloto del helicóptero, nos contó. Como si fuera la copiloto. ¡Qué bien, una posición privilegiada!
La pista del aeropuerto es tan reducida que la avioneta inicia el despegue desde un extremo de esta superficie para aprovechar al máximo el recorrido posible. Hemos sentido revolucionarse el motor antes de empezar a rodar. La carcasa de la avioneta notaba el meneo producido por esta revolución mecánica y nos daba un poco la sensación de estar dentro de una cocktelera. Javier, sentado detrás de mí, me ha comentado: parece que estemos en una atracción de feria. La sensación de fragilidad aún ha sido mayor cuando el aparato ha empezado a rodar pista abajo, porque la pista hace bajada (o subida para las avionetas que llegan y aterrizan). La pendiente favorable siempre es una ayuda para coger velocidad y despegar, supongo. La pista es corta y se acaba rápido y cuando se acaba está el abismo y las montañas que la rodean. El morro de la nave se ha levantado justo a tiempo, por supuesto. Lo tienen muy controlado, los pilotos, pero cuando eres pasajero y es la primera vez que haces este viaje siempre tienes el corazón en un puño durante unos segundos que se te hacen largos. Badri seguro que debe estar la mar de tranquilo, acostumbrado como está a hacer este vuelo tantas veces.
Javier y yo hemos hecho bien en elegir la banda derecha de la avioneta. Nos hemos regalado la mirada de los picos nevados de la cordillera del Himalaya. Ha sido una buena despedida visual de estas tierras gigantescas. No sé a qué altura navega la avioneta, pero en cualquier caso vuela más baja que muchos de los picos que dibujan la línea de las montañas nevadas.
Hemos llegado al aeropuerto de Katmandú sanos y salvos. A la salida del aeropuerto nos esperaba una furgoneta de la agencia de viajes. Un chico que también ha viajado con nuestra avioneta me ha pedido en inglés si íbamos al barrio de Thamel. Tenía cara de buena persona y, además, espabilada. Estaba buscando un vehículo para llegar al centro de la ciudad y ahorrarse un taxi. Admiro a la gente que va sola por el mundo con recursos aparentemente limitados y tienen que buscarse la vida, como decimos coloquialmente. Le he dicho que sí, que íbamos al barrio de Thamel, pero que hablara con nuestro guía. Badri no ha tenido ningún inconveniente en admitirlo. En la furgoneta había espacio de sobras.
Llegados al hotel, me he despedido de los compañeros de expedición. Yo estoy alojado en casa de mi amigo Badri desde hace más de dos meses. Nosotros dos hemos cogido un taxi para acabar el periplo. Mañana, sin embargo, nos volveremos a ver por la tarde con “los colegas del Himalaya” y nos podremos despedir de verdad.
En estos momentos, la satisfacción por haber hecho este trekking no para de crecer. Básicamente, me siento cansado pero muy feliz.

Xavier Blanch.
Barcelona, España.